Nos abre Neus, la novia de Jordi, que aparece escoltada por Dana, una agradable Bichón Maltes con cara de peluche. Besos, abrazos y subimos a la planta superior, de tres que tiene su casa. Allí está Jordi, tomándose un té. Qué tal, pregunta. Más besos y abrazos. Le presentamos a Helga, con la que aún no se conocen en persona y que será la siguiente en probar su tinta. David y yo somos de la casa; demasiados años limpiándonos los mocos los unos a los otros.
Jordi Pinzell es uno de esos anónimos que tanto nos gustan en Surgere. Una de esas personas que nacen tocadas por la barita que va repartiendo talento por estos lares llamados vida. Y que, a pesar de ello, rehúye de la popularidad mal entendida.
¿Desde cuándo dibujas? – le preguntamos.
De pequeño siempre hacía los trabajos de dibujo de toda la clase –contesta él.
Jordi es muy de su gente, eso lo sabemos aquellos que vivimos cerca de él. Es muy fan de sus amigos. A mí lo que me relaja realmente es estar con mis amigos, me ha confesado en más de una ocasión.
Lo siguiente que recuerdo –continúa– es un pequeño cómic de dos hojas que me publicó Makoki, cuando tenía 16 años.
No son pocas las ocasiones en las que, entre risas, nos ha explicado alguna historia acerca de plagios varios. Haciendo repaso de sus primeros pasos como dibujante, rescata una.
Lo primero que se me publicó en Metal Hammer, por ejemplo, fue un dibujo de un perro con calaveras. En concreto era una montaña de calaveras y encima un dogo enorme; por entonces yo tenía 15 años. Años después, iba paseando por las Ramblas cuando me encontré a un tío que se dedicaba a estampar camisetas y que estaba vendiendo ese dibujo, además firmado por una chica, pero era mi dibujo, fue algo surrealista. ¡Yo flipo! ¡Pero si es mi dibujo! La tía lo copió de la revista y allí estaban planchando “camis” con mi dibujo.
Mientras nos muestra varios bocetos que ha preparado para Helga, le pedimos que nos haga un breve resumen de su trayectoria.
Estudié diseño gráfico, pero vi que no me iba a servir de nada y a 5º ya ni fui. Tenía unos 23 años, y ese verano me regalaron una máquina de tatuar y descubrí que aquello podía estar bien. Estuve 6 años tatuando a los colegas en casa. Después empecé en un estudio en Figueres dos días a la semana, y ese mismo verano me fui a Platja d’Aro, al Physical Tattoo con Mateu; en principio iba para un verano, pero me acabé quedando 6 años. Después de eso, abrí un estudio llamado Brush Planet, en Lloret de Mar, con Saturno Ags de socio, donde estuve 5 años. Hasta que lo cerramos y monté mi propio estudio.
¿Y el futuro? ¿Cómo ves el futuro? –nos interesamos.
Pues seguir creciendo como tatuador y para ello lo mejor es viajar, tatuar fuera. Suelo moverme en convenciones, he estado prácticamente en todas, seguramente las más potentes son Barcelona, Londres, Roma y Milán. Además, en verano nos juntamos en Alemania gente de todo el mundo, con técnicas y estilos diferentes y ahí es donde realmente aprendes. Te abres mucho, es un mundo en el que nunca acabas de aprender. Lo malo de trabajar en un estudio privado es que te estancas, por eso hay que salir.
Lo prepara todo con sumo cuidado. Las primeras veces que me tatué con él lo que más me sorprendió fue observar el gran número de tonalidades de un mismo color que puede llegar a preparar para tatuarte –no sé si fueron seis grises para un mismo tattoo–. La preparación, nos explica, empieza mucho antes, justo cuando el cliente le expone el trabajo que quiere llevar en su piel y él lo acepta.
El verdadero curro es preparar los trabajos bien, más que tatuar. Procuro tatuar cuatro días a la semana y el resto dedicarlo a preparar las cosas bien. Por ejemplo, para preparar una buena espalda, hacen falta al menos cuatro días de trabajo previo.
En ese sentido, no hay que olvidar que para un tatuador la piel de su cliente es un lienzo en el que expresar su arte. Y cada trabajo es un gran pedacito de él, es un momento y unas circunstancias determinadas. Cada tattoo realizado contiene mucho de su autor.
Sobre todo, la composición. En cada una me intento transformar para conseguir que sea algo diferente a todo lo que he hecho antes. Todos los tatuadores tenemos un estilo propio, pero no me gusta repetir lo mismo. A veces la gente me pide que le repita uno mío que han visto… pero no, ese ya no puedo hacerlo igual, es otra historia, tengo que darle un nuevo aire.
Y como sabemos que todos los artistas tienen sus obras fetiche, le preguntamos. ¿Alguna obra con algún significado especial?
El de Neus, mi chica. La conocí tatuándola. Vino a la convención de Barcelona, hubo feeling, pero no nos dijimos nada. La siguiente sesión se retrasó un poco y mantuvimos el contacto por whatsapp. ¡¡Pero no tardé un año en darle la siguiente hora!! Su curro molaba mucho, y en aquella época yo buscaba lo que ella me pedía, algo grande y especial; era un reto para mí.
Jordi no acaba tattoos empezados por otros autores, no hace covers y actualmente, sobre todo, trabaja el realismo. Dentro de ese estilo es uno de los referentes a nivel nacional e incluso internacional. Lo que le ha proporcionado la posibilidad de escoger aquellos trabajos que le satisfacen como autor y rechazar los que no.
Por curiosidad, y para acabar, sueles abrir agenda cada noviembre y cubres todo el año. ¿Cuánto has tardado este año en llenarla?
Una hora– sonríe.
¿Y cuándo descansas?
Siempre paro dos meses en inverno, que los aprovecho para viajar. Tienes que parar, sino te quemas. Antes viajaba con las máquinas pero al final acababa tatuando y no conseguía desconectar. En verano, a parte de las escapadas de julio a Alemania y Suiza en las que sí tatúo, paro todo el agosto para descansar. Agosto, además, debido al sol y a la playa, es mal mes para tatuar.
Y es que Jordi Pinzell, además de ser uno de los tatuadores más reconocidos de la actualidad, es un experimentado viajero y un gran amante tanto de la naturaleza como de las diferentes culturas del mundo. De ahí, quizás, que –gracias a su virtuoso trazo realista– su extenso catálogo esté repleto de numerosas imágenes de culturas milenarias y animales exóticos, entre otras maravillas.
Besos y abrazos. Y dejamos atrás a una de esas sonrisas que siempre te recibe con la mayor de las alegrías.
Gracias, hermano.
Podéis seguir sus trabajos en su cuenta de Instagram.
por Rafa Rubio, Helga Molinero & David Gimeno