Para cualquiera de nosotros, lo lógico sería pensar que la Guerra Fría entre EEUU y la URSS habría acabado con el skate en este país del Este de Europa. Sin embargo, con el tiempo y gracias a su determinación, los skaters soviéticos desarrollaron un estilo y estética propios. Ahí va una historia real, contada por algunos de sus protagonistas.
Cuando rememoramos el origen del skate en California, tanto el deporte como la cultura que lo rodea, lo que nos viene a la mente es algo que, sin duda, nada tiene que ver con los típicos paisajes invernales del Este de Europa. Pero el skateboarding ruso ha creado su propia historia, con sus propios héroes, leyendas e hitos.
Al noreste de Moscú se encuentra el Golden Ring – un anillo de ciudades de tamaño relativamente grande. Nos dirigimos allí con los skaters Dima Rodionov, Philipp Karel, Gosha Konyshev, y el fotógrafo Alexey Lapin. La estampa parece una típica postal rusa – casas de madera e iglesias ortodoxas – pero cruzando por aquí, nos podemos hacer una idea del arduo comienzo del skate en este país.
Durante las décadas de los 70 y los 80, las fábricas militares rusas empezaron a producir utensilios de uso doméstico y otros productos como skates. Por aquel entonces se trataba de réplicas de las primeras tablas americanas de los años 60. La versión soviética tenía un shape plano, con un nose y un tail muy cortos, y ruedas de caucho. Esas tablas estaban bien para slalom y cruising, pero eran impracticables para el skate de street moderno. Así que, en resumen, la URSS estaba unos 20 años atrasada respecto al resto del mundo en materia de skate.
Pero todo cambió con la disolución de la URSS, a principios de los 90. Mientras Rusia emergía de las cenizas soviéticas, un nuevo modelo político y económico permitió la llegada de bienes importados. La combinación de los rusos que salían a trabajar más allá de sus fronteras, y los occidentales que llegaban a Moscú – Anthony Van Engelen trabajó en un bar en Moscú en los 90 – la comunidad skater empezó a conseguir buenas tablas, así como a descubrir todo un mundo nuevo con la llegada de videos y revistas.
“Uno de mis principales recuerdos relacionados con el skate es el videojuego Tony Hawk’s Pro Skater,” afirma sonriente Dima Rodionov. “Ese juego me dejó alucinado. Empecé a frecuentar los spots donde se patinaba, sólo para mirar. Más tarde, un colega compró un skate. Lo compartíamos, pero, como vivíamos lejos el uno del otro, en raras ocasiones podíamos patinar. Además, lo hacíamos a horas intempestivas: recuerdo patinar a las 7 de la mañana, porque pensábamos que la gente se reiría de nosotros por andar en un patín.”
A finales de los 90, se había desarrollado una buena comunidad skater, con filmers, fotógrafos e incluso team managers. Para el inicio del nuevo milenio, empezaron a abrir las primeras tiendas de skate y se empezaron a construir los primeros skateparks decentes en Rusia. Es cierto que los primeros materiales y ropa que llegaban eran caros, pero al menos la gente tenía la opción de comprarlos. Una industria incipiente que atrajo un flujo de tours internacionales: gente como Kenny Reed, Mike Vallely, Marc Johnson y Rodney Mullen – algunos de los primeros skaters profesionales en visitar Rusia – descubrieron al país las posibilidades de la cultura skate, constatando que ésta no está limitada por fronteras ni nacionalidades. Hacia 2008, las primeras compañías autóctonas, como Rebels Skateboards, Union Skateboards y Absurd Skateboards, empezaron a florecer.
Aún con la nueva economía en ciernes, el skateboarding en Rusia debía enfrentarse a continuos desafíos. Cuando una tabla nueva supone cerca de la mitad de tu salario mensual, la aceptación y evolución del deporte se ven muy limitadas y condicionadas. Además, la seguridad seguía siendo un tema vital. La gente apenas se preocupaba de las estatuas de Lenin, pero patinar los monumentos de la Segunda Guerra Mundial podía meterte en serios problemas, como pasarte unos cuantos días en la cárcel. Por otra parte, está el clima. Un invierno estándar dura unos seis meses, aunque las zonas más al norte pueden pasarse mucho más tiempo completamente cubiertas de nieve. Ante esta situación, existe la opción del indoor, pero los alquileres de locales eran extremadamente altos, y los skateparks no eran una opción económicamente rentable para ningún inversor. Así que con este panorama, los riders se veían obligados a buscar soluciones caseras, o DIY (Do it yourself).
“El invierno pasado mi hermano y yo trabajamos en el proyecto de un bowl llamado Loop Skatepark,” contaba Philipp Karel.
“Lo estuvimos construyendo durante cinco semanas. La parte más complicada era la falta de conocimientos: sólo dos chicos de todo el grupo sabían cómo trabajar con el material y las herramientas. Durante aproximadamente una semana, dormimos menos de dos horas al día, hacía un frío helador, incluso estando bajo techo. Cuando acabamos, teníamos un bowl increíble donde pudimos evolucionar de verdad, mejorando nuestro nivel, nuestros trucos, y que se convirtió en nuestra base de operaciones durante los meses de invierno. Pero la cerramos en abril, ya que, con la llegada de la primavera, todo el mundo quiso regresar a las calles.”
Pero todos estos desafíos sólo sirvieron para hacer a los skaters rusos mucho más fuertes. Si alguna vez vais a cualquier ciudad de Siberia con una población de más de un millón de habitantes, encontraréis al menos a 10 skaters en ella, determinados a mantener la cultura skater viva. El hecho de haber estado siempre alejados del “core”, ha hecho que estos skaters no estén tan influenciados por las últimas tendencias o la moda, y traten de hacer las cosas a su propia manera. Y en el corazón de todo eso, como en cualquier crew de cualquier parte del mundo, está una llama que ni el frío ruso puede apagar: la pasión por la diversión, la aventura, los buenos ratos con los amigos, y, por encima de todo, la libertad.
Fotografías de Alexey Lapin
Por Helga Molinero / @HelgaMolinero